martes, 1 de enero de 2008

AMOR A PRIMER POTAJE

Cuando le preguntaban a Juanchón cuál era el amor de su vida, de inmediato respondía que la comida, porque todo sus pensamientos estaban concentrados únicamente en comer.
Pero tenía suerte el muy condenado, porque comiendo como comía debía estar deforme y parecer un elefante de gordo y, sin embargo, Juanchón era de esas personas con un raro metabolismo que, por mucho que tragara, se mantenía más o menos en forma.
Como si no bastara, gozaba de un rostro fácil, una sonrisa agradable y una gran simpatía natural, todo lo que se necesitaba para atraer a las pepillas del barrio, quienes se lo disputaban sin que Juanchón le diera bola a ninguna de ellas. Y si en alguna oportunidad se dejaba atraer por alguna hermosa joven, era para vivir una aventura pasajera, pues jamás se comprometía con ninguna.
Cuando los amigos le reprochaban esa indiferencia hacia las mujeres y las bellezas que había dejado pasar, Juanchón justificaba su renuente actitud alegando que, si se comprometía seriamente con alguna de ellas, enseguida le iban a estar criticando que comiera tanto, lo iban a obligar a hacer dieta y, en el peor de los casos, iba a tener que compartir la comida con ella.
Por eso sorprendió a todos que un buen día Juanchón anunciara que se iba a casar. De modo que sus amigos lo miraron con los ojos muy abiertos y, deseosos de saber quién era la elegida y por qué había tomado tan inesperada decisión, le preguntaron:
-¿Con quien vas a casarte?
-Con Esculapia –respondió el comilón con cara de felicidad.
-¡¿Con Esculapia?! ¡¿Con tantas mujeres lindas enamoradas de ti y tú escogiste a la fea de Esculapia?! –exclamaron los amigos sin poderlo creer.
-La verdad es que no te entiendo, compadre –le dijo uno de ellos negándose a aceptar la realidad-. ¿Qué tú le encontraste a esa mujer que te atrajo de esa manera?
Juanchón puso los ojos en blanco, se relamió de gusto y respondió:
-¡Que hace un potaje de frijoles negros que no hay quien se resista!

Betán