lunes, 1 de octubre de 2007

CRÓNICA POR UN DESENCUENTRO

Todavía estoy tratando de separar los pensamientos de las emociones. El color de la sorpresa persiste ante mis ojos. La noticia me impregnó de voces íntimas y lejanas. Y tu muerte –definitivamente- no me deja en paz. Y es que nunca vamos a acabar de acostumbrarnos, Betán. Porque además, el día que lo hagamos, estaremos negando una parte importante de la vida humana, esa muerte que no es un contratiempo de la existencia sino parte de ella. Pero no terminamos de aceptar que la muerte tiene que vivir también.

Ahora, cuando todos nos cruzamos miradas de desconcierto ante tu cuerpo, me pregunto, Betán, si cuando escribiste los últimos chistes de tu vida, o mejor diría, joyas betanianas, podías saber que el horizonte ya estaba limitado para ti, si sabías que esos árboles que no se agotan de empinarse al cielo con la madera y la sombra, la flor y el fruto propensos, iban a desaparecer de tu vista. La muerte, con su acostumbrado misterio, se llevó las respuestas. Pero no los recuerdos.

Manuel, ya sabes, el caricaturista, nos presentó una vez en casa. Recordarás que por poco muero del susto al tener ante mí y en mi casa, nada menos que a Betán, mi ídolo de aquellos números memorables de Palante. Yo participaba en un concurso en que eras jurado y aunque mi trabajo no se pudo premiar por situaciones coyunturales, tú, Betán, ¡nada menos que tú!, viniste a decirme que era el mejor trabajo presentado porque estaba, “muy bueno, muy bueno”, como solías decir.
Todavía no sabía que ibas a ser mi maestro. Yo te leí un cuento –malísimo- seguramente, y tú con esa benevolencia de siempre, dijiste otra vez, “¡Muy bueno, muy bueno”! y como premio de consuelo o porque viste en mí algo de talento, mi invitaste al periódico (¡qué cosas, nunca decíamos semanario!) y tu carisma y mis ganas de ser como tú, hicieron todo lo demás. Cuando publiqué mis primeras cosas, aquellos los resentidos de siempre comentaban el lugar común: “el discípulo está superando al maestro”, sin saber que esas iniciales cuartillas eran arregladas por tu brillante pluma.

La oficina –esa pequeña oficina de la redacción- donde nacieron tantos proyectos devenidos en premios, fue testigo de nuestra amistad y también de nuestros desacuerdos, tú diciendo, “esto sobra, quítalo”, y yo insistiendo en que estaba bueno. El principiante enmendándole la plana al maestro. Pero todo se olvidaba al final, con el texto terminado, con un café y un cigarro compartido, y tú diciendo: “¡Muy bueno, muy bueno”!

Fuimos amigos, colegas y no por simpatía instantánea, sino que fui descubriendo que el Periodismo para ti era mucho más que un entretenimiento o una forma de vida: era tu alma. Y yo también quería eso para mí. Y me enseñaste lo que sabías, sin la mezquindad del temeroso egoísta que oculta lo que sabe. Me confiabas los trucos de la profesión. Me obsequiabas tramas para cuentos y me retabas al decirme: “búscale un buen final”. Y yo trasnochaba buscando “un buen final” para ti aunque el trabajo llevara mi firma. Quería que te sintieras orgulloso de tu alumno y esperaba impaciente mientras leías la cuartilla, sólo para que llegara ese momento mágico en que decías, sonriendo: “¡Muy bueno, muy bueno”!

Mis primeros premios tuvieron tu impronta y cuando me dieron el carné de la UPEC te dije: “Gracias a ti”. “¡No”, rectificaste, “gracias a ti”… ¡Qué cosas, como si tú te llamaras Modesto!
No te escatimé respeto ni afecto, Betán. Y como no podía ser de otra manera, fuiste partícipe de todos mis logros, incluso, de aquellos que ya no pasaban por tu pluma pero sí por tus ojos de experto. Y cuando me convertí en un humorista de experiencia, ¡cuánto me gustaba escucharte decir: “¡Muy bueno, muy bueno”!

Yo fui tu discípulo, Betán, fuiste mi maestro, y tú te reías cada vez que te lo decía o lo escuchabas cuando yo lo expresaba en algún lugar. Ante ti siempre fui un principiante porque tú eras esa excepcionalidad humorística que yo quería ser. Continuamente estuve orgulloso de ti, Betán. Como lo está ahora, este periodista y humorista de los años que te evoca y promete que tu recuerdo suavizará con mucho los desasosiegos de esta aventura humana que es vivir. Y sé que donde quieras que estés andarás pensando en la broma de ocasión porque serás siempre un humorista, “¡muy bueno, muy bueno”!

¡Adiós, humorista!... ¡Adiós, maestro… adiós, Betán!

PELLY

1 comentario:

Nogueira Jr. dijo...

“Súbito pássaro
dentro dos muros
caído,

pálido barco
na onda serena
chegado.

Noite sem braços!
Cálido sangue
corrido.

E imensamente
o navegante
mudado.

Seus olhos densos
apenas sabem
ter sido.

Seu lábio leva
um outro nome
mandado.

Súbito pássaro
por altas nuvens
bebido.

Pálido barco
nas flores quietas
quebrado.

Nunca jamais
e para sempre
perdido

o eco do corpo
no próprio vento
pregado.”
(Cecília Meireles)
Abraços...
www.nogueirajr.blogspot.com